Revista ¡HOLA!

En su casa de Palermo. Evangelina Bomparola abre su mundo privado y habla de la pasión por el diseño y su gran historia de amor

Revista ¡HOLA! 2025-11-14 04:00:05

En esta charla, la diseñadora, dueña de un estilo inconfundible, hace un recorrido por su vida: desde sus comienzos hasta su increíble presente

Bibliotecas con libros exquisitos que dialogan con piezas únicas traídas de Murano y un Darth Vader que parece estar controlando todo; paredes vestidas con un cuadro de Pettoruti y, un poco más allá, una pieza escultórica amarillo fluorescente con el sello de Grupo Bondi y un parlante, en el piso, listo para sorprender con temas de Luis Alberto Spinetta o una playlist de Radiohead, una de sus bandas favoritas. Cada centímetro del mundo privado de Evangelina Bomparola (57), todo aquello que parece imposible de unir, se fusiona bajo su toque mágico de elegancia, belleza y armonía, como los espejos en su hall de entrada, dispuestos como los de un cuento borgiano, como el pantalón de paillettes con las zapatillas Nike Sacai que luce ahora. “Me encantan los contrastes y mezclar distintas cosas. Me divierte romper con ciertos esquemas y desafiar prejuicios –dice ella a ¡HOLA! Argentina–. Las apariencias construyen prejuicios. El que me ve entrar en el Teatro Colón, por ejemplo, no se imagina que, antes, mientras me vestía, estaba escuchando The Clash. Sé que doy la imagen de señora burguesa, pero no soy eso. Me divierte mucho no serlo”.

Eva, en la casa en la que vive desde hace veinte años. “Todo lo elegimos entre Juan y yo. Cuando nos mudamos, cada uno trajo sus cosas y, después, hicimos una curaduría de libros, discos, objetos”, cuenta ella

Ariana, sensible, curiosa y determinada, Evangelina –o Eva, como la conocen todos– creció en el barrio porteño de La Paternal, en una casa donde se hablaba tanto de exámenes y de capacitaciones docentes [su mamá, Aurora, era maestra], como de autos [su papá, José Luis, tenía una agencia de autos y taller mecánico], o de política. Ella cuenta: “Cuando nací, mi mamá, que era peronista, insistió en llamarme María Eva. Y mi padre, antiperonista, no quería. Como todas las mujeres de mi familia, fuertes y con carácter, mi mamá ganó la pulseada: logró conquistarlo con Evangelina, por Evangelina Salazar que, con Palito Ortega, eran la pareja del momento”. Hasta el nacimiento de su hermano Rodolfo, dos años después, Eva fue la reina de la casa: “Fui la primera hija, la primera nieta, la primera sobrina, la primera en todo primero. ¡Había muchísima exigencia sobre mí! Como mi mamá amaba la danza, me inscribió en la Escuela Nacional de Danzas –la tuve de profesora a Nancy, la mamá de Julio Boca–; mi mamá también soñaba que yo fuera médica. Yo, en cambio, soñaba con ser una especie de Peggy Guggenheim: rodeada de arte, de perros… libre”, cuenta ella. En cuanto pudo, se fue de su casa. Eva dice: “Salvo porque, en el colegio, me llevé hasta el recreo, nunca fui una carga para mis padres; nunca les pedí nada; me manejé siempre sola. Me fui. Chau”.

“Cuando empecé a trabajar, mi perfil daba 
demasiado prolijo. Era la ‘impecable’… 
¡Como si los impecables no trabajaran!”, dice

–¿Cómo fue que te convertiste en diseñadora y empresaria? EB es un nombre que pisa fuerte y da trabajo a muchos talleristas y artesanos de la moda.

–Empecé creando la ropa que yo hubiese querido comprarme; lo que me gustaba a mí y no encontraba. Juan [Pons, 56], mi marido, mi compañero, mi todo, fue quien me dio la confianza para poder emprender; con él pude armar mi proyecto. Fue un camino largo.

–En ese momento, vos estabas trabajando como periodista…

–Sí. Como a mí me gustaba todo lo que tuviera que ver con el humanismo, la historia, la literatura, la filosofía y la música, estudié la carrera de Periodismo [en la UCA]. Pero, después de algún tiempo, me di cuenta de que no tenía el fuego sagrado. Me acuerdo de que, cuando sucedió el suicidio de [Alfredo] Yabrán, mientras mis compañeros del noticiero de América estaban enloquecidos con la noticia, yo quería irme a mi casa. “A fin de mes renuncio”, le anuncié a Juan cuando volví a casa.

“No hago prendas: hago piezas. Y tampoco hago tantas: todas son únicas”, dice ella. Acá, con un  vestido de strapless realizado con micropaillettes pegados sobre crêpe georgette de seda natural  que es parte de Alta Cultura, su última colección

¿Y ahí entraste a trabajar en Hermès ?

–Los tres años que estuve en Hermès fueron geniales: fueron como un posgrado en la industria del lujo, aprendí muchísimo... Cada vez que tuve una crisis, me puse a estudiar. Me anoté en Historia del Arte en la UP. ¡Siempre tuve mi les de inquietudes e intereses! Y ahí estaba Juan, repitiéndome todo el tiempo: “Enfocate”. Él la tenía clara; hizo un carrerón: empezó como cadete [en el grupo Furlotti, que en los 80 y 90 fueron los dueños de licencias de Guess, Calvin Klein y Route 66, entre otras marcas] y hasta llegar a gerente de marketing. Juan me ayudó armando las estrategias de mi marca. EB nació en 2002, un año después del nacimiento de Beltrán, mi primer hijo. Fui haciéndome diseñadora a la par de mi maternidad con Beltrán [24] y Esmeralda [20]. El camino no sólo fue largo; también difícil.

¿Por qué?

–Porque mis primeras propuestas no tenían un hilo conductor: eran sólo piezas sueltas. Como diseñadora, nadie del palo me tomaba en serio. Empezando porque tengo otra impronta: mi perfil daba demasiado prolijo: era la “impecable”… ¡Como si los impecables no trabajaran! Una vez, cuando estaba empezando, me dieron un premio, y un diseñador se levantó y se fue: consideró que no me tendrían que haber dado el premio a mí. Es verdad: no tendrían que haberme dado ese premio; yo acababa de empezar, no tenía una colección y no había hecho desfiles.

En el escritorio de la casa, rodeada de sus libros favoritos y de sus apuntes de italiano: hasta hace no mucho, Eva estudiaba canto, ahora toma clases de italiano. Acá, luciendo una camisa de crêpe de seda natural doble y un pantalón con cristales austríacos termoadheridos sobre crêpe de seda

–¿A qué atribuís esa reacción?

–Tal vez haya tenido que ver con los egos. En otros países, los mercados son más grandes y cada uno puede armar su propia tribu. Acá, como el mercado es más pequeño, quizás haya habido celos por el territorio de cada uno. Cuando entré al mundo de la moda, ya venía con cierto nombre. Pero jamás monté mi carrera arriba de la de otro diseñador ni miré lo que hacían los demás: hice la mía. Reconozco que soy un poco un híbrido: soy creadora de piezas, pero soy también empresaria; soy algo solitaria, pero me encanta trabajar en equipo y que hayan espacios que permitan encuentros sinérgicos con otros emprendedores. Tuve siempre mucho respeto y pudor. Quizás, el camino habría sido otro si yo hubiera ido a la universidad y hubiera obtenido el título. No tenía título de diseñadora, pero sí tenía el oficio. Más que diseñadora, me siento una comunicadora, una creadora de conceptos o de un estilo. No hago prendas: hago piezas y hago muy poco de cada una de ellas.

–Y el oficio, ¿quién te lo enseñó? Porque tu papá [José Luis] tenía una agencia de autos y un taller mecánico y tu mamá [Aurora] era maestra de escuela…

–Como en mi casa mis padres trabajaban mucho, pasé bastante tiempo con mis abuelos. Mi abuelo paterno, que era ebanista, les había enseñado el oficio a sus hijos: mis tíos fueron carpinteros o ebanistas. Mi abuela materna, que también se llamaba Aurora como mi mamá, era costurera, modista, tejedora y bordadora. Y, aunque después mi mamá se dedicó a la docencia, mi abuela la incentivó para que estudiara corte y confección. Mi abuela Ñata era apasionada, exigente y muy detallista: desde cómo hacía las puntadas para hacer los ruedos hasta cómo ponía la mesa. Crecí con esa escuela y siento que lo que hago es consecuencia de eso: a través de mi empresa, valorizo y reivindico ese oficio. Hacer una camisa de seda puede parecer lo más simple del mundo, pero, para mí, que el botón esté forrado y que tenga un buen cuello es esencial. Si se puede hacer bien, ¿por qué no hacerlo? El esfuerzo es el mismo.

-¿Sos así también en tu casa?

–Sí. Soy un poco obsesiva. [Se ríe]. Si algo está fuera de lugar, me va a atormentar hasta que lo resuelva. Cuando viajo, me gusta comprar cosas únicas, todas buscadas, para poner la mesa: individuales diferentes, juegos de porcelana, cubiertos con algún detalle, piezas únicas. Para mí, todo comunica: mirá este vaso [dice mientras levanta el que tiene enfrente: una pieza traída de Murano]. Es único: fue soplado a mano por un artesano; tiene una historia atrás. Eso es belleza para mí y, para mí, eso comunica. Cuando recibo amigos –pero también cuando no recibimos a nadie y sólo estamos con Juan–, puedo estar una hora para lograr una mesa que esté linda.

–¿Y tus hijos, Beltrán y Esmeralda, se han rebelado contra esa exigencia?

–¡Se han rebelado todo el tiempo! [Se ríe]. Pero, cada uno a su manera, los dos son estetas. Hay que ver dónde lo ponen. Beltrán, por ejemplo, está terminando su carrera en la FUC: está ganando experiencia en diferentes lugares, hace cortos y se presenta en concursos. Esme está haciendo una carrera que es un mix entre la de Juan y lo que yo hago: si bien está en la industria de la moda, está más enfocada en construcción de marca.

Junto con Juan Pons, tiene dos hijos, Beltrán y Esmeralda:

–Tus hijos cultivaron el bajo perfil.

–Como padres, nunca incentivamos su exposición. Fueron microdecisiones que llevaron a una gran decisión. Consideramos que ellos debían crecer lejos del peso de ser “hijos de”. Al “hijo de” quizás lo dejen entrar al boliche de moda, pero después puede quedar expuesto ante la mirada de los demás. Es un lugar lleno de exigencia, el juicio puede ser muchas veces implacable.

–Ahora, que están más grandes, ¿en qué momento de la pareja están?

–Encontrándonos. Con Juan llevamos veintinueve años juntos. Nos respetamos un montón, tenemos confianza el uno en el otro y, además, la pasamos muy bien juntos. El proyecto de vida que tenemos, para mí, es todo. Mi familia es mi lugar y mi refugio. Somos cuatro y, hasta que empezaron a irse [primero se fue Beltrán a Europa para cursar materias de su carrera y, cuando volvió, se fue Esmeralda], yo no necesitaba nada…

En la entrada de su casa; detrás, un cuadro de la artista argentina Flavia Da Rin y una pieza de mobiliario de la colección Hiperpintura, del Grupo Bondi

–¿Sufriste el nido vacío?

–Si bien tenemos una base que fluye –nos gusta tanto el silencio, salir a comer con amigos, ver películas o quedarnos leyendo el libro que cada uno tenga entre manos–, tuvimos que rearmarnos. En esta etapa, le ponemos esfuerzo a nuestra relación… En especial, porque cuatro días a la semana él no está en Buenos Aires: viaja por trabajo. Eso, que quizás, pueda ser una ventaja, puede volverse una complicación: porque podés ir perdiendo la cotidianeidad. Juan es generoso y contenedor; y, si mi día empezó torcido, él sabe cómo llevarme: se alegra con todo lo que hago, desde las clases de italiano hasta la batalla diaria que doy para nunca bajar la vara; me acompaña en este momento interesante que estoy pasando. Cuando empecé en el mundo de la moda, lo hice casi como pidiendo permiso. Con esas piezas y con esas ideas sueltas que tenía comienzo, fui encontrando un estilo, fui armando mi impronta... fui construyendo a la diseñadora. Los años me han dado una libertad enorme: tengo independencia y no estoy atada a nada. A esta altura de mi vida, no puedo ni quiero bajar la vara. Hoy siento que todo lo que hice lo tengo muy bien ganado y que todavía puedo dar mucho más.

Eva con su marido, Juan Pons. Se pusieron de novios en diciembre del 97; el suyo fue el primer casamiento que se hizo en el Tattersall de Palermo. “Fue divertidísimo. Nuestro hijo, Beltrán, a quien le faltan pocas materias para terminar la carrera en la FUC, está digitalizando el video, que era VHS”Eva dice: La tapa de revista ¡Hola! de esta semana



Fuente: LA NACION (extraído usando lector RSS).



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